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EL GATO DE CON BOTAS
A la muerte del
padre, sus tres hijos heredaron algunas de sus propiedades, pero solo Arturo,
el tercero de los hijos, no tuvo suerte en el reparto, pues le tocó una vieja
cabaña y un simpático gato. Solo y triste, porque sus hermanos se apresuraron
en alejarse de esas tierras, el pobre Arturo era alentado por el
minino: “Haré de ti un príncipe” le prometía. “¿Y cómo lo harás?”, preguntaba
Arturo riendo, a lo que el animalito contestaba: “Dame tus botas y deja el
resto de mi parte”.
Sin pérdida de
tiempo, el Gato calzó las botas y se dirigió al bosque donde capturó las
especies más sabrosas al paladar humano. Luego se dirigió al castillo del rey
Felipe II y solicitó audiencia: “¿Ya quién anuncio?», preguntó el ujier
burlándose. “¡Pues, al honorable Gato con Botas de Carabás!». El rey, ante tan
pomposo título, no dudó en recibir al extraño visitante.
El Gato saludó con un
discurso florido que agradó al rey y disfrutó la reina, más aún cuando les
alcanzó las sabrosas especies: “Es un obsequio de quien soy servidor,
el joven Marqués de Carabás”.
El rey estaba tan
agradecido con el Gato con Botas que los invitó (a él y a su amo) al
paseo que iba a realizar con su hija, la bella princesa.
El Gato corrió donde
su amo para contarle la buena nueva, pero Arturo le dijo: “Lo siento, pero no
tengo ropa decente para presentarme ante el rey”.
“Tú no te preocupes”,
le dijo el minino. Tomaron el camino por donde iba a pasar la comitiva del
rey y el minino ordenó a su amo que se lanzara a la gran laguna. Arturo quiso
negarse, pero al ver que se acercaba el coche, se lanzó con todo.
El Gato se adelantó
al carruaje, dando a conocer que habían sido víctimas de un asalto.
“Que venga el Marqués -le dijo el rey- que nosotros lo atenderemos”.
Satisfecho, el Gato corrió al lujoso castillo del temible Ogro, dispuesto a
ultimar sus grandiosos planes.
Mientras el rey y la princesa atendían
al buen Arturo, el Gato con Botas dialogaba con el Ogro que era conocido
por sus dotes de magia.
“¿A que no puedes
transformarte en un león?” le provocaba el Gato, y el Ogro se convertía en el
feroz animal.
Así lo estuvo
probando con varias transformaciones, hasta que le dijo: “¿Y puedes ser un
ratoncito?”. Y el Ogro sonrió convirtiéndose en el pequeño roedor,
instante que aprovechó el Gato para acabarlo.
Quedó así como amo y
señor del imponente castillo. Corrió donde estaba Arturo y le dijo a Felipe II:
“En nombre del Marqués de Carabás, les invito a pasar a su castillo, donde él
pedirá formalmente la mano de su hija”. Los reyes se sintieron halagados y la princesa suspiró
enamorada. Se casaron y se fue la pareja más feliz de la tierra.
Fin
Moraleja: El Valor Reside En La Decisión De Arriesgar.
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